Elecciones en Israel (o la única democracia de Oriente Medio en acción)
El Estado de Israel celebró elecciones legislativas el pasado 2 de marzo, las terceras desde el pasado mes de abril después de que ningún candidato a primer ministro lograra aglutinar una mayoría suficiente para formar gobierno en las dos citas electorales anteriores.
El bloque de derechas mejoró sus números respecto a los comicios de septiembre, gracias al avance del Likud del actual primer ministro y candidato a la reelección, Benjamin Netanyahu, que batió a sus rivales centristas de Azul y Blanco de su rival Benny Gantz y vuelve a ser el partido más votado de Israel tras la victoria del partido de Gantz por la mínima en las pasados elecciones.
Pese a ello, los partidos que apoyan a Netanyahu se quedan una vez más a las puertas de la mayoría absoluta necesaria para formar gobierno. El Likud y sus socios tratan de identificar fisuras en las filas de sus adversarios y obtener de diputados o partidos disidentes los tres votos que les faltan para volver a investir primer ministro a Netanyahu.
La actividad no es menos intensa en el campo anti-Netanyahu, cuya ala izquierda plantea intentar aprobar en el parlamento una ley que prohíba a cualquier persona con un juicio pendiente ocupar la posición de primer ministro. De salir adelante este plan, Netanyahu deberá dejar el cargo de primer ministro que ahora ocupa de forma interina y renunciar a volver a ser investido como jefe de gobierno, pues está acusado de cargos de corrupción por los que responderá ante la justicia en el proceso contra él que comenzará el 17 de marzo.
Si ninguno de los bloques se sale con la suya y logra formar gobierno, Israel celebraría unas cuartas elecciones en los próximos meses con la esperanza de deshacer el bloqueo.
Pero más allá de las vicisitudes partidistas de la política israelí, las elecciones del 2 de marzo y los dos comicios que la preceden constituyen en sí mismos pruebas inequívocas de la excelente salud democrática del Estado judío.
En primer lugar, desmontan los argumentos -o más bien las insinuaciones- de quienes acusan a Netanyahu de autoritario e insisten en presentarlo como una amenaza para la democracia.
No menos importante es lo que los comicios nos dicen sobre la idea propagada sin descanso por el BDS con la ayuda de aliados como Unidas Podemos en España de la existencia en Israel.
Un primer ministro perfectamente democrático
Empecemos por lo primero.
La frustración ante las contundentes, inesperadas o continuadas victorias electorales de ciertos líderes de derechas ha llevado a parte de la izquierda a poner en duda las credenciales democráticas de estos políticos. Pese a que la llegada y la permanencia en el poder de estos líderes no se debe más que a la voluntad popular expresada en procesos impecables en las urnas, sus enemigos menos escrupulosos presentan su derrota o destitución por medios legales como una urgencia democrática inaplazable de vital importancia para el interés nacional.
Ha ocurrido con Trump en Estados Unidos, con Viktor Orban en Hungría y más recientemente con el Boris Johnson más decididamente pro-Brexit en el Reino Unido. Y ha ocurrido también en Israel con Netanyahu, que gobierna ininterrumpidamente desde 2009 y es habitualmente comparado -tanto desde dentro como desde fuera de Israel- con líderes realmente autoritarios que encarcelan opositores y adulteran elecciones como Vladimir Putin.
La realidad, sin embargo, es que Netanyahu ha visto dos veces frustradas sus ambiciones de reelección al no haber recabado el apoyo de suficientes diputados, y que después de estas terceras elecciones debe buscar los votos en el parlamento que a priori le faltan para seguir gobernando cuatro años más.
Si por el contrario la oposición consigue reunir los suficientes votos en la Knesset para investir a Benny Gantz o a cualquier otro candidato, o si prospera el veto a los imputados para ocupar el puesto de primer ministro, Netanyahu deberá quedarse en la oposición o retirarse de la política, como ocurre con todo jefe de gobierno democrático cuando es derrotado.

Un elemento importante en la narrativa que le presenta como un dirigente autoritario y antidemocrático es la idea de Netanyahu como un político hábil en la intriga y la trampa política pero que ha perdido el favor de un pueblo harto de sus oportunismo personalista. Tampoco esta idea resiste al escrutinio de las elecciones del lunes, en las que el Likud que lidera fue la formación más votada y obtuvo 36 diputados, tres más que el Azul y Blanco de Benny Gantz.
Además, Netanyahu concurría a las elecciones acusado por la fiscalía de cargos de corrupción por los que deberá responder en un juicio y que, como hemos visto, podrían costarle el cargo más allá de lo que ocurra en las negociaciones para formar gobierno. También aquí se cae la imagen que se quiere proyectar sobre su supuesto carácter autoritario, pues un líder con el control sobre las instituciones que algunos le suponen jamás habría permitido ser encausado.
¿Apartheid? Un partido árabe es la tercera fuerza
Uno de los argumentos centrales del BDS para acusar a Israel de practicar un régimen de apartheid o segregación y discriminación étnica contra los árabes es la supuesta negación de derechos civiles a sus ciudadanos no judíos, que representan un 20 por ciento de la población total del Estado.
La realidad de esta minoría privilegiada en muchos aspectos si se compara su situación con la de los millones de árabes que viven en regímenes totalitarios o autocráticos es, sin embargo, radicalmente distinta, como demuestra la influencia que tiene.
El derecho al voto es el derecho civil por excelencia. Su negación por parte de la Sudáfrica del apartheid con la que se compara a Israel a los ciudadanos negros era el principal pilar del sistema de segregación racial sudafricano y lo que permitió la permanencia en el poder durante casi medio siglo de un gobierno blanco que solo elegían los ciudadanos blancos.
Al contrario que los habitantes de buena parte de los países árabes, y a diferencia por supuesto de los negros sudafricanos que no tenían reconocido el derecho al sufragio, los ciudadanos árabes de Israel tienen derecho y libertad de voto, y partidos libres de presentar el programa que quieran y de intentar representarles como mejor consideren.
A las pasadas elecciones esos partidos han acudido en coalición bajo el nombre de Lista Conjunta y con un discurso muy crítico con el gobierno y, en algunos aspectos, con el Estado.
Junto con el Likud, que pasó de 32 escaños en las elecciones de septiembre a 36 en las del domingo, la Lista Conjunta -que obtuvo 15, dos más que en las comicios precedentes- es el único partido que sube.

Estos 15 diputados vuelven a colocar al partido que aspira a representar a los árabes de Israel como tercera fuerza en el parlamento, y le dan un papel protagonista en las negociaciones para formar gobierno y en una hipotética votación en el parlamento donde podría decidirse si se prohíbe a un imputado ser primer ministro.
En otras palabras, la minoría árabe que según el BDS y sus aliados vive sometida y sin derechos por un régimen segregacionista como el de la Sudáfrica del Partido Nacional afrikáner decidirá en gran medida gracias a su éxito en las urnas el futuro político del Estado de Israel.