España puede marcar el camino en la lucha contra el nuevo antisemitismo
Madrid, pionera en la lucha contra el nuevo antisemitismo
Por los argumentos que utilizan sus proponentes, podemos distinguir dos tipos de antisemitismo. El primero y más antiguo proviene de la derecha nacionalista. Esta forma de odio ancestral ve en cada judío un conspirador incansable contra la patria. El judío es aquí, casi por definición, alguien que se enriquece sin escrúpulos a costa del cristiano honrado a través de la usura y otras bellaquerías, que pueden llegar al asesinato de niños si así les conviene al interesado y a sus correligionarios.
El segundo tipo de antisemitismo es más nuevo y, en apariencia, más sutil. Se esconde debajo de los ropajes de la crítica legítima a un país, Israel, susceptible de ser criticado como cualquier otro Estado. En sus manifestaciones más presentables, esta variante de antisemitismo se desmarca del tradicional en su rechazo de la discriminación a los judíos como individuos y como pueblo.
En teoría, los problemas con los judíos de esta segunda clase de antisemitas comienzan en el momento en que el judío se ha constituido en Estado, ha fundado un Ejército y ha empezado a perpetrar barbaridades contra otros pueblos. Una mirada atenta a estos argumentos revela coincidencias inquietantes con los que fundan el odio al judío del primer grupo.
Para empezar está la fijación, con el judío, en un caso, y con Israel, en el otro. De entre todos los pueblos y grupos religiosos y étnicos, los antisemitas tradicionales señalaban a los judíos como causantes de todos los males. Los antisemitas que se disfrazan de críticos legítimos de las políticas de un Estado hacen con Israel ese mismo señalamiento caprichoso, exclusivo y -si se atiende a los hechos- profundamente injusto.
A pesar de ser la única democracia en la zona, de mostrar un respeto escrupuloso por sus propias leyes incluso en situaciones de guerra y de hacer colosales esfuerzos por evitar muertes de inocentes en todas sus operaciones de defensa, Israel es presentada por el nuevo antisemitismo como un régimen monstruoso que abusa sistemática y gratuitamente de la población árabe.
Israel tiene fuerza militar y tecnológica suficiente para reducir a escombros y perpetrar un genocidio en los llamados territorios palestinos en unos días. Pero, a diferencia de lo que ocurre con los regímenes y grupos terroristas palestinos que abogan por destruir el Estado judío, ningún Gobierno de Jerusalén ha mostrado nunca las pulsiones criminales que algunos se empeñan en atribuirle. (A veces con comparaciones con los Nazis, que sí exterminaron a 6 millones de judíos indefensos, como las que ha hecho en repetidas ocasiones el semanario pretendidamente satírico El Jueves.)
Igual que el judío de los viejos libelos mataba niños cristianos para usar su sangre en rituales, el soldado israelí del nuevo relato antisemita (aquí vuelve a encontrar cabida en El Jueves) humilla y asesina por placer al palestino, que tiene asegurado el tratamiento de víctima inocente e indefensa aunque haya muerto lanzando un cohete, preparando una bomba o afilando un cuchillo para apuñalar a civiles judíos.
Las similitudes no terminan ahí. El judío de las historias antisemitas de siempre hace el mal asistido por una red internacional de influencias que trabaja sin descanso por promover los intereses espurios de la pueblo hebreo, al tiempo que causa guerras y arruina naciones. Así Israel, que a ojos de buena parte de sus críticos debe su éxito y las capacidades que ha conseguido para defenderse al control que el lobby judío ejerce sobre la clase dirigente de Estados Unidos.
Y ¿quién constituye este lobby? La misma pléyade de banqueros y profesionales poderosos estratégicamente posicionados en todos los sectores culturales, financieros y económicos representada por la dinastía Rotschild en las caricaturas antisemitas de siempre. ¿Cuál es la consecuencia más dramática y palpable de la acción malévola de estos judíos? La guerra, entonces en Europa y ahora en Oriente Medio y en las capitales occidentales golpeadas por el terrorismo de jóvenes islámicos furiosos por la agresión sionista contra Palestina.
Igual que Hitler culpó a los judíos del estallido de su guerra, regímenes dedicados en cuerpo y alma (es decir, retórica, pero también económica y militarmente) al extraño propósito de destruir un país minúsculo que en nada afecta a su día a día responsabilizan a la entidad sionista del Estado de guerra y caos en el que está inmerso Oriente Medio desde hace más de un siglo.
De este discurso son partícipes también muchos críticos de Israel en Occidente, entre los que se cuentan jefes de Estado, ministros de Exteriores, intelectuales y prácticamente toda la profesión periodística. Pensar que el llamado conflicto árabe-israelí es un factor de movilización del terrorismo internacional y explica todos los incendios de Oriente Medio demuestra no estar prestando la menor atención a lo que ha ocurrido y ocurre en la región.
Oriente Medio ya no se divide entre Israel y sus enemigos en el mundo musulmán, sino entre los moderados posibilistas árabes, hoy aliados con Jerusalén, y los radicalismos destructores y expansivos que, por separado, promueven Irán y Turquía. Tomar partido por el bando equivocado sería un despropósito mayúsculo para los occidentales.
Contra este antisemitismo de nuevo cuño que tantos malentendidos genera (y sin bajar la guardia antes formas de xenofobia y odio al judío más evidentes e igual de dañinas) se ha posicionado la Asamblea (parlamento regional) de la Comunidad de Madrid, al aprobar la semana pasada una inicitiva legislativa que define y condena la variante posmoderna de la judeofobia.
En primer lugar, la resolución hace propia la definición de antisemitismo de la Alianza Internacional para el Recuerdo del Holocausta (IHRA), que incluye entre los supuestos que deben ser considerados manifestaciones de odio al judío algunas de las afirmaciones más habituales entre quienes denuncian por sistema al Estado de Israel.
Entre los supuestos contemplados por esta definición actualizada del concepto destacan “pedir, apoyar o justificar” asesinatos en nombre de ideologías políticas o religiosas, como hacen organizaciones terroristas como Hamás y quienes, activamente o por omisión, le dan cobertura en el mundo islámico o en Occidente.
La IHRA también considera antisemitismo otro comportamiento típico de los nuevos antisemitas, como es “formular acusaciones falsas, deshumanizadas, perversas o estereotipadas sobre los judíos” [en este caso israelíes] “o sobre el poder de los judíos como colectivo” [Israel], especialmente cuandos se basan en mitos “sobre la conspiración judía mundial o el control judío de los medios de comunicación, la economía, el Gobierno u otras instituciones de la sociedad”.
Asimismo, la IHRA cataloga como antisemitismo la negación a los judíos del “derecho a la autodeterminación” que no se pone en cuestión para ningún otro pueblo con Estado del mundo, así como el argumento, cada vez más habitual en la izquierda posmoderna en Europa y América, de que el Estado de Israel es un proyecto “racista”.
Caracterizar a los israelíes con “los símbolos y las imágenes asociados con el antisemitismo clásico” es también antisemitismo según la definición adoptada por la Comunidad de Madrid, como lo es un vicio tremendamente extendido a la hora de juzgar al Estado judío: “aplicar un doble rasero al pedir a Israel un comportamiento no esperado ni exigido a ningún otro país democrático”.
Igualmente antisemita es “establecer comparaciones entre la política actual de Israel y la de los nazis”, o “considerar a los judíos responsables de las actuaciones del Estado de Israel”, una asociación que, en los últimos meses, se ha traducido en agresiones en las calles a ciudadanos europeos y estadounidenses de confesión judía por parte de quienes participaban en manifestaciones a favor de la causa palestina.
Además de desenmascarar este nuevo antisemitismo camuflado dirigido contra el único Estado judío del mundo, la resolución votada por el parlamento regional de Madrid insta al Congreso de los Diputados a excluir de contratos y subvenciones públicas a toda organización que incurra en discursos o acciones antisemitas encuadradas en la definición de la IHRA, que el Gobierno de España asumió formalmente el año pasado.
La legislación que la Asamblea madrileña pide para toda España cerraría la puerta a que grupos como el BDS, que incurre en muchos de los supuestos que merecen ser catalogados como antisemitas según la IHRA, sigan recibiendo financiación pública por parte de instituciones oficiales españolas.
El BDS, que niega la legitimidad del Estado judío y promueve un boicot internacional a todos los niveles contra Israel, es una de las puntas de lanza del antisemitismo de nuevo cuño explicado en la primera parte de este artículo. Este movimiento ha sido declarado antisemita por numerosas democracias occidentales, entre ellas los Estados Unidos.
A instancias de ACOM -que ha trabajado con el PP, el PSOE y Vox para que la Asamblea de Madrid adopte la definición de antisemitismo de la IHRA-, la Justicia española ha anulado la adhesión de decenas de ayuntamientos al boicot a Israel promovido por el BDS, al concluir los jueces que la medida violaba el principio de no discriminación consagrado en la Constitución.
La declaración adoptada por la Asamblea de Madrid arroja luz sobre la naturaleza perversa de los discursos que niegan la legitimidad y el derecho a defenderse de Israel y ponen de ese modo en la diana a los judíos, tanto israelíes como de la diáspora.
El siguiente paso en la dirección correcta deben darlo ahora los tres partidos constitucionalistas y de vocación inequívocamente democrática (el PP, el PSOE y Vox) que aprobaron la resolución en Madrid para aprobar junto con Ciudadanos y otras formaciones en el Congreso de los Diputados medidas concretas contra la nueva judeofobia. Haciendo realidad a nivel nacional lo que ya han conseguido en Madrid, España se convertirá en un ejemplo para una Europa que ha de abrir los ojos a las nuevas circunstancias y realidades, si quiere ser fiel a su compromiso de no volver a tolerar el antisemitismo.
Marcel Gascón Barberá
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