La cooperación entre Israel y Marruecos es más una oportunidad que una amenaza para España

Globos sonda, especulación e intoxicación

Una noticia publicada por El Español el 16 de noviembre se hacía eco de un supuesto acuerdo entre Israel y Marruecos por el que ambos países establecerán una base militar conjunta en el país árabe. La noticia aparece en el contexto de la próxima visita que el Ministro de Defensa israelí realizará a Marruecos la próxima semana para abordar un acuerdo militar conjunto entre ambos países: producción israelí en Marruecos de drones o el uso del sistema exitoso de defensa israelí “Cúpula de Hierro” por parte de Marruecos en su frontera con Argelia.

La noticia del diario no hace referencia a fuente alguna. Pero de entrada sorprende sobremanera que Israel, país que no tiene “base militar” alguna fuera de su territorio más allá de pequeñas estaciones de escucha en el cuerno de África, vaya a establecer una base militar en el otro extremo del Mediterráneo. Ello, combinado con el hecho de que Marruecos no cuenta en su territorio con ninguna base operada o tutelada por país extranjero alguno, convierte esta filtración en improbable, especulativa y sospechosa.

Es natural que la vecindad con Marruecos genere en nuestro país especial interés informativo, pero en asuntos de este calado conviene estar prevenidos ante exageraciones, rumorología, o incluso, intoxicación interesada por alguna de las muchas partes que podrían querer crear confusión en un tablero en el que juegan España, Estados Unidos, Israel, Marruecos, Francia o Argelia.

La amistad de EEUU e Israel con Marruecos no es “antiespañola”

Más allá del escaso recorrido de la noticia, es indudable que Israel y Marruecos experimentan en el ámbito de las relaciones bilaterales un notable progreso, con el aliado común norteamericano como principal artífice de esa mejora. El mismo aliado del cual el Gobierno de Sánchez viene alejándose desde su llegada al poder

En primer lugar, es importante recordar que el acercamiento entre Israel y Marruecos se encuadra en los Acuerdos de Abraham, por los que el Estado judío ha normalizado sus relaciones con numerosos países árabes que hasta ahora le eran hostiles. En segunda instancia, el principal enemigo regional de Marruecos ante el que busca rearmarse es Argelia, país con quien las relaciones se han deteriorado peligrosamente. Y, en tercer lugar, Marruecos tiene un grave problema de yihadismo, latente en el seno del país, y amenazante en su frontera sur. Es lógico que, para contrarrestar esas amenazas, alcance acuerdos con un país como Israel, que detenta un bagaje contrastado de conocimiento y experiencia combatiendo a ese enemigo común (que también lo es de España, por cierto).

La intensificación de la cooperación israelí con Marruecos no puede interpretarse, por tanto, como un desafío a España, pues es parte de una tendencia más amplia que responde a una de las prioridades estratégicas del Estado Judío: convertir en aliados a sus antiguos enemigos y acabar con su aislamiento en el mundo árabe. Los sucesivos Gobiernos israelíes actúan en esto como cualquier otra entidad política racional y consciente de la primacía de sus intereses. Huelga comentar que, el hecho de que Israel normalice y mejore relaciones con Marruecos, no significa su automática asunción de posturas e intereses de Rabat, y mucho menos, empeorar las relaciones con Madrid.

Desde el punto de vista estrictamente militar, es obvio que la responsabilidad de mejorar sus capacidades de defensa para decidir a un Marruecos cada vez mejor armado corresponde exclusivamente al Gobierno de España. Por otra parte, las ambiciones militares de Marruecos no vienen provocadas por la mejora de las relaciones con Israel. De no haber entablado esta cooperación militar con el Estado judío, Rabat se habría buscado otros socios en que materia de defensa, a diferencia de Israel, son irresponsables y no confiables.

El Gobierno Sánchez no puede aspirar a que otro país solucione los galimatías que la misma administración Sánchez propicia y alimenta.

La ridícula exigencia de una relación asimétrica

La apuesta por Marruecos como socio preferente en la zona, no de Israel, sino fundamentalmente de Estados Unidos, no puede entenderse sin atender a la orientación de la política exterior española, con un irresponsable sesgo contra los EE.UU. que irremediablemente ha de tener consecuencias. La hostilidad del Gobierno de España contra Washington ha hecho que ésta haya considerado a otros como aliados más fiables, en detrimento de nuestro país. Esas decisiones no convierten de facto como anti-españolas a naciones como la norteamericana o la israelí, pero España ha de abandonar la bisoña idea del derecho permanente de aliado preferente sin introducir reciprocidad en sus relaciones diplomáticas.

Desde Zapatero, pasando por Rajoy, y más desde la llegada de la coalición socialpodemita a la Moncloa, la estrategia de la diplomacia española hacia Israel ha consistido fundamentalmente en actos hostiles de mayor o menor intensidad contra nuestro aliado, mientras simultáneamente se exigía de este una lealtad firme e incuestionable. Como la que ofreció Israel a España en apoyo de la unidad nacional ante el desafío secesionista catalán.

El Gobierno de España desprecia por sistema las inquietudes de Israel respecto a temas como la financiación exterior del terrorismo, a la que instituciones españolas regidas por los partidos de Gobierno contribuyen bajo el manto de la ayuda humanitaria. España tampoco tiene problema en cultivar la amistad con un régimen que aboga abiertamente por la destrucción del Estado judío, como es el iraní, a cuyo vicecanciller recibió el Gobierno de España hace sólo unos días. Que Irán esté lejos de ser un socio estratégico, o siquiera importante para España, hace patente la indiferencia que muestra el gobierno de Sánchez hacia las sensibilidades de Israel y Estados Unidos.

Los intereses de España e Israel están sólidamente alineados… si el Gobierno de España quiere

España es un país de mucho más peso económico y político que Marruecos. Atendiendo a criterios históricos y de cultura política, debería ser un socio natural de Israel en el Mediterráneo Occidental. Pero la actitud hacia Israel de los Gobiernos de España, singularmente el actual, pone piedras en el camino de esta alianza. Está lejos de nuestros intereses estratégicos que Jerusalén priorice su relación con España por encima de su aproximación a otro país de la zona mucho menos relevante pero que sí está abierto a establecer una cooperación fructífera.

España no sólo ha renunciado a cultivar vigorosamente vínculos con Israel. Episodios como el de la espantada de Iraq y el desaire a la bandera de las barras y las estrellas del presidente Zapatero, sumados a las amistades peligrosas de unos partidos de Gobierno que no pierden ocasión para aliarse con los enemigos del mundo libre, han rebajado a mínimos casi históricos nuestras relaciones con Estados Unidos.

Como es sabido, Estados Unidos ha jugado un papel clave en el rapprochement de Israel y los países árabes de los Acuerdos de Abraham. A diferencia de España, Marruecos cuida y promueve las relaciones con Estados Unidos, lo que refuerza al reino Alauí en una carrera por la hegemonía regional en la que Madrid vacila a remolque de Francia.

El seguidismo miope, contraproducente y hasta suicida del Palacio de Santa Cruz a la Quai d’Orsay (con quien tenemos intereses contrapuestos en el Magreb y en Oriente Medio) tiene mucha responsabilidad en la debilidad de nuestra posición estratégica. Por no hablar de la apuesta a caballos perdedores como el perfectamente irrelevante y desacreditado Frente Polisario. Más allá del elemento sentimental e ideológico que el Sáhara Occidental tiene para muchos españoles, y por mucho que duelan los errores del pasado, la viabilidad de un Estado previsiblemente fallido en el Sahara no es más que una quimera alimentada por Argelia para desestabilizar a Marruecos. Sólo un Gobierno hiperideologizado como el de España puede seguir aferrándose a vestigios moribundos de la Guerra Fría como la causa del Polisario en el Norte de África, o la quimera palestina en Oriente Medio. La responsabilidad de nuestro gobierno es muy grave.

La oportunidad para España en los nuevos vectores de prosperidad

De mantener España la relación privilegiada que un día tuvo con los Estados Unidos, la entrada de Marruecos en los Acuerdos de Abraham habría sido enormemente beneficiosa también para nuestro país. Y ahí es donde los parámetros de nuestra política exterior, especialmente en lo tocante a Israel y Oriente Medio, exhiben su carácter caduco y esclerótico. Mientras España sigue persiguiendo el señuelo de los palestinos (cuando gran parte del mundo árabe, y creciendo, ha abandonado esa idea), permanecemos ausentes y a espaldas de los movimientos tectónicos y tendencias de prosperidad que se están generando entre Israel y el mundo árabe y que alcanzan nuestra frontera Sur.

Bajo la tutela estadounidense a la que tanto debe, Rabat se habría visto obligada a cooperar con más sinceridad e intensidad con Madrid en asuntos como inmigración y antiterrorismo, así como a aparcar sus reivindicaciones sobre Ceuta y Melilla en aras de un bien mayor que ahora obtiene sin haber de contentar a España. Paradójicamente, la obscena dejación de funciones diplomáticas de España ha engordado las presiones de un régimen populista como el marroquí (que no duda en, literalmente, lanzar a su propio pueblo sobre la frontera española), y al mismo tiempo, insuflar oxígeno a una banda con amplio historial de sangre contra españoles como es el Frente Polisario.

La prosperidad que previsiblemente traerá la entente marroquí con Israel también podría ser una oportunidad para España, a la que le conviene un Marruecos pujante cuyo rey no necesite de maniobras nacionalistas de distracción que tienen invariablemente como víctima al vecino del norte. A España no le conviene un Marruecos turbulento, sino un Marruecos próspero, y que esa prosperidad, en gran medida, dependa de nosotros.

Por último, las relaciones cada vez mejores entre los estamentos de defensa e inteligencia entre Israel y Marruecos pueden contribuir enormemente a la seguridad y la protección de las fronteras de España, si el Gobierno de Madrid aprovecha la influencia que un aliado particularmente fiable en materia de terrorismo y geopolítica está ganando en las esferas más altas de un régimen ambiguo, pero no irrecuperable, como el de Rabat.

Es la política del Gobierno de socialcomunista de Sánchez, incapaz de asumir las consecuencias negativas para nuestros intereses de sus acciones en el tablero internacional al hostigar permanentemente a aliados naturales, y no la entrada de una fuerza constructiva, democrática y leal en la región, como es Israel, lo que debe preocupar a los españoles respecto a Marruecos y su reencuentro con Israel.