Sheik Jarrah: okupas, litigios, impagos y resolución judicial
ALGUNOS ANTECEDENTES SOBRE LO SUCEDIDO EN JERUSALÉN
En 1875, varios judíos devotos compraron algunas tierras en un área semirural al norte de Jerusalén, que por aquel entonces era una ciudad pequeña, formada en su mayor parte por la Ciudad Vieja y por algunos suburbios al oeste. En esa zona estaba una tumba en la que se cree que descansa Shimon HaTzadik, un rabino del siglo III a.J.C. (los arqueólogos creen que esa tumba es del periodo romano). El catastro del Imperio Otomano demuestra que la propiedad fue registrada a nombre de los rabinos Avraham Ashkenazi y Meir Auerbach. Allí vivía una pequeña comunidad religiosa judía.
En esta zona también estaba la tumba de Hussam al-Din al-Jarrahi, médico al servicio del líder árabe Salah ad-Din (Saladino). Su tumba data de 1202, y era un centro de peregrinaje musulmán, por lo que la zona fue conocida como Sheik Jarrah (aunque los judíos la llamaban Shimon HaTzadik). A finales del siglo XIX, mientras Jerusalén crecía rápidamente gracias al estímulo económico de las viviendas e inversiones judías, se formó un suburbio árabe en los alrededores de las propiedades compradas por los judíos. Judíos y árabes convivían; la convivencia no era precisamente amistosa, pero al menos vivían en paz.
Es importante destacar que esos judíos no eran ni israelíes ni sionistas, y que sus vecinos árabes no eran palestinos. En 1875 no existía el sionismo político (Herzl publicó “El Estado Judío” en 1896). Israel era un nombre citado en la Biblia. Palestina era un nombre del Imperio Romano. Jerusalén estaba en el Imperio Otomano, en la provincia (vilayet) de Siria. No había conflictos entre judíos y palestinos, porque no había palestinos. El sur de Siria, en el Imperio Otomano, estaba habitado por una mezcla de musulmanes, árabes cristianos, judíos, turcos, armenios, circasianos, drusos y otros. Si hubiéramos visitado Jerusalén o Jaffa o Ramala en 1875 y hubiéramos preguntado a la gente “¿qué eres tú?”, nadie hubiera dicho “soy palestino”.
Avancemos hasta 1948. Cuando la guerra entre el joven estado de Israel y sus cinco países árabes vecinos acabó, los israelíes mantuvieron Jerusalén Occidental, y los jordanos se quedaron la Ciudad Vieja y los suburbios del norte y del este, incluyendo Sheik Jarrah. Todos los habitantes judíos fueron expulsados; sus sinagogas fueron demolidas, y sus cementerios fueron destruidos. Ahora tendemos a pensar que los jordanos están entre los árabes “moderados”, pero en 1948 estaban lejos de serlo. A ningún judío se le permitió vivir en territorio jordano. En 1950, Jordania se anexionó el territorio que controlaba, incluyendo Jerusalén Oriental.
Nótese que, aunque todo este territorio había sido parte del Mandato británico de Palestina, y había sido también parte del estado árabe propuesto por el plan de las Naciones Unidas para la partición de Palestina, Jordania no estableció un estado palestino en la tierra que controló tras 1948, y nadie exigió que lo hiciera. No se emitieron resoluciones en las Naciones Unidas exigiendo que Jordania cesara su ocupación de “tierra palestina”. Aunque, tras el establecimiento del Mandato en 1922, se formó una identidad nacional árabe palestina, no existía una “nación palestina” reconocida. Los habitantes árabes de Judea, Samaria y Jerusalén Oriental fueron, por tanto, jordanos entre 1950 y 1967, y aparentemente eso les parecía bastante bien.
Bajo el gobierno jordano, las propiedades de judíos en Jerusalén y en sus alrededores pasaron a ser controladas por la Custodia Jordana de Propiedades Enemigas. En 1956, la oficina de la Custodia alquiló la propiedad de Sheik Jarrah a veintiocho familias que habían sido desplazadas durante la guerra de 1948. La Custodia mantuvo la propiedad, y los residentes árabes le pagaban un alquiler. Ninguna de las familias árabes que vivían en los terrenos judíos de Sheik Jarrah ha poseído ninguna vivienda allí.
Avancemos de nuevo hasta 1967. El Rey Hussein, neciamente, se unió a la guerra entre Israel y Egipto, y como resultado los israelíes ocuparon de inmediato todo el territorio jordano al oeste del río Jordán. Jerusalén fue reunificada bajo el control israelí. Israel aprobó una ley que permitía a los israelíes cuyas familias fueron expulsadas por los jordanos reclamar sus propiedades, siempre y cuando pudieran demostrar legalmente su titularidad, y siempre y cuando los residentes en ese momento no fueran capaces de proveer esa prueba de compra o de transmisión del título de propiedad legal.
En 1973, la titularidad de los terrenos de Sheik Jarrah fue registrada en los tribunales israelíes por dos fundaciones religiosas judías que alegaron estar formadas por descendientes de los propietarios judíos iniciales. En 1982, las fundaciones intentaron desalojar a los inquilinos árabes y devolver la propiedad a los dueños judíos; pero un tribunal israelí lo impidió. Se dictaminó que los residentes árabes gozaban de la condición de arrendatarios protegidos. El tribunal falló que, como inquilinos protegidos, podrían continuar viviendo en los inmuebles mientras pagaran el alquiler y mantuvieran las propiedades en su estado inicial. Este acuerdo fue formalizado en un contrato firmado en el que los residentes árabes reconocían como propietarios a las fundaciones judías, como contraprestación a su estatus de arrendatarios protegidos.
Sin embargo, tras 1990, instigados por los líderes palestinos, los arrendatarios dejaron de pagar el alquiler y comenzaron a construir sin permiso en los terrenos. Por lo tanto, estaban violando las condiciones del acuerdo que habían firmado en 1982. En 1993, las fundaciones judías comenzaron a proceder contra los arrendatarios, basándose en su impago de los alquileres y en los cambios realizados ilegalmente en las viviendas. Puesto que los inquilinos árabes tienen total acceso a los tribunales israelíes y pueden recurrir a fondos para contratar buenos abogados, y puesto que el sistema legal israelí es particularmente lento, dichos procesos estuvieron rezagándose en varios tribunales durante algunos años. En 2003, las fundaciones religiosas vendieron los terrenos a Nahalat Shimon, una organización no gubernamental israelí cuyo propósito es recuperar las propiedades de los judíos expulsados tras la guerra de 1948. Este organismo ha mantenido la causa en los tribunales.
En octubre de 2020, el tribunal de magistratura de Jerusalén dictaminó que, a falta del pago del alquiler, los inquilinos árabes debían evacuar el terreno. En febrero de este año, el tribunal de distrito de Jerusalén ratificó esa decisión. Los arrendatarios apelaron al Tribunal Supremo, cuyo veredicto final fue dictado al mes siguiente.
La Autoridad palestina ha utilizado esos procesos como pretexto para iniciar revueltas antiisraelíes en Jerusalén, que se han propagado a otras ciudades. Como señalé en mis comentarios sobre la política israelí ayer, esas revueltas han dado a Mahmood Abbas una excusa fácil para cancelar (otra vez) las prometidas elecciones a la presidencia y legislatura de la Autoridad palestina, que no se celebran desde 2006. Abbas sabe que su partido, Fatah, perdería cualquier elección libre en los territorios palestinos, como sucedió en 2006. Las revueltas también le convienen al Primer Ministro Netanyahu, que puede utilizarlas como argumento para demostrar por qué debe continuar en el poder a pesar de haber perdido las elecciones en marzo. Esa es posiblemente la razón por la que algunos grupos conservadores en Jerusalén se han unido a las revueltas, provocando más violencia aún por parte de los árabes.
Escribo estos comentarios hoy porque la mayoría de los medios de comunicación mundiales han aceptado y repetido nuevamente, sin cuestionarla, la versión palestina de lo sucedido, ya sea por ignorancia o por desprecio hacia los hechos históricos de la disputa que he presentado aquí. Nos dicen que esta es una historia provocada por la brutal ocupación israelí, que ha desahuciado a inocentes familias palestinas de sus viviendas ancestrales. Sin embargo, de hecho, los israelíes han demostrado una contención asombrosa y un enorme respeto por la ley. Si hubieran querido desalojar a los árabes de Sheik Jarrah por la fuerza, habrían podido hacerlo en cualquier momento desde 1967. Sin embargo, 54 años después, el asunto sigue en tela de juicio. Esto es sorprendente, si tenemos en cuenta que la titularidad judía sobre la propiedad fue reconocida por escrito por los residentes árabes en 1982, y que su incumplimiento del contrato de 1982 es indiscutible.
Por Adam Carr, historiador en Melbourne. Via David Campanale, periodista de la BBC.